un día

Podría fantasear con que quitando una hoja de mi taco calendario puedo acabar con este día que apenas está naciendo, pobrecito, pero carga consigo el mismo nombre que otro que es para mí la mejor definición para la tristeza y no lo quiero, no lo soporto, no tengo el menor deseo de darle una chance, pero no hay caso, ya lo intenté alguna otra vez. Para no dejar nada librado al azar bajé las persianas para que no se filtré un solo rayito de sol y encendí todas las luces de la casa, como quien está en plena noche aguardando a los amigos que pronto vendrán a ponerle carne a la fiesta que pienso dar. Quité la pila a los relojes y di vuelta los espejos con tal de no saber siquiera la hora y evitar ver en mi los rasgos demacrados de la depresión cuando empieza a salir de mí, a emerger, a ebullir. Pero no es eso. No se trata de los instrumentos de medición. Podría cambiar el sentido de las estaciones del año, podría acertarle un cañonazo al sol y sin embargo los días seguirían pasando, febriles, hasta que llegue ése que más que no tiene mejor nombre que el de la pérdida. El cuerpo me lo recordará, el ardor de estómago, un dolor que empieza un poco debajo de la nuca y empieza a subir como anunciando que hay parcelas que la sangre ya no quiere regar, o una patada con el dedo chico del pie al bordecito del ropero en plena noche.