duele

Tito y Beba.

Un matrimonio de esos en los que los años caen urgentes sobre la mujer y un día cualquiera, el menos pensado, alguien se arrima y con intención o sin ella mete la pata. Qué sentiría Tito cuando ese alguien lo abordaba en la pizzería para preguntarle por su mamá, cuando ante la duda entre la gente sensata se estila invocar un vínculo indefinido: la señora. Ni tuya ni suya; la, a secas.

Desde luego la falta de hijos lo complica todo y la esposa que supo hacer de su marido una criatura indefensa por todo amenazada, cuando el todo se define por partes sueltas como la tierra que se mete por debajo de la puerta, la esquiva raya de un pantalón o incluso ese mechón que insiste en derramarse a mitad de la frente.

Pero ese destiempo interpuesto entre marido y mujer, ahora madre e hijo, esa ligazón construida sobre la base de un afecto mutuo materializado en las tareas domésticas, en el cuidado de un par de perros dálmatas y en la pelea cotidiana por sacar a flote la pizzería, cambia de lugar las caricias y las pone en el lomo de los perros, muda la esperanza de perdurar a esas cosas que a fuerza de escucharlas y escucharlas, empieza a decir el loro.

Ella fuma mucho. Un poco en casa, otro poco a la hora del té con sus amigas y bastante a escondidas. El sufre cuando la oye toser esa tos que acumuló en el pecho todos estos años pero mucho más por no tener la convicción suficiente para decirle no, Beba, no, mamá, por favor.

Y como el amor se lleva a las patadas con la oportunidad, con la corrección, Tito deja por un momento la muzzarella, la cuchara de madera, el pedido que acaba de levantar de la mesa tres y se va por un momento al patio, a acariciar con la misma mano con que cocina y sirve a ese par de perros tan mansos que da gusto verlos saciados de amor y a la vez pidiendo más, echados de panza en sobre el piso de baldosas, diciendo basta ya de cosquillas, más, más cosquillas para dar celos al loro, maldito loro que aprende lo que debe (¿quién es el campeón?) y lo que no (la carraspera de Beba, corregida y aumentada).

Pobre Tito a los pies de la cama de Beba enferma, pobres las amigas, buenas compañeras que le acercan a su cama el brindis de navidad que Beba mira con ganas de y quién podría objetarle que por un momento se incorpore, tome la botella de sidra y se sirva un trago generoso en la taza que todavía guarda un culito del té que recién tomó, y brinde a la salud de todos. Total que ya no queda hilo en el carretel y qué es lo que te llevás del otro lado, quién sabe sino la voz de un loro que hace meses que teje con hebras de silencio el duelo que Tito desea y no puede.