king size

Yo quería un amor king size aunque la cama de una plaza no fuera lo confortable que se supone que debe ser el lecho del amor. A ella un poco le asustó esa idea, sin embargo cuando desempacó sus cosas y me echó las manos sobre los hombros supe que era la mujer más bella que podía depararme la vida. Abrió levemente la boca, como si supiera de otra vida que me enloquece la perfección de los dientes y dijo ya estamos acá, pensaste que no me atrevería, nene, sí, ha de ser eso lo que te ha dejado la piel de gallina y temblando y acto seguido nos embarcamos en un naufragio, qué otra cosa podía esperarse de mí. Voy donde me lleves, ese es el lugar en el que quiero estar, cartas escritas a medias, fideos comidos de un mismo plato, poca frazada para tanto invierno y más abrazos, todo lo demás puro artificio para recordarme culpable de todo cuanto me rodea.
Como si en su maleta trajese una caterva de ángeles pronto cambió el color de las paredes, el aroma a la hora del almuerzo, el sabor del mate, la hora de ir a la cama, de verdad que existía otro modo de vivir, algo distinto de ser mercenario de una causa injusta. Más valía dejar que los vientos barriesen la pelusa de mi ombligo, que la barba creciera para punzar una piel ajena, dejar a un costado mi nombre, el que usé toda la vida, para hacerme llamar como una bruja de la calle Cabot le había predicho.
En aquella vida mía siempre fue feriado. El sol me retuvo en la cama menos de la cuenta, lo mejor siempre estuvo por venir pero yo estaba ausente, sospechando que estaba tomando algo que no era mío, evaluando la posibilidad de que todo fuese una broma del destino, otra más, y articulando el plan para desanudar las ligazones que me retenían.
Éramos muy distintos, qué esperanza. Sin saberlo acudíamos a una cita a la que nuestros padres habían rehusado, en realidad fui yo el que nunca supo eso y acabo de enterarme,
Me río de mí mismo. Es preferible abrazarse a los errores, hacerse fiel amigo de ellos y dejarse conducir por esa corriente aunque el precipicio se asome a nosotros.
Maldigo mis vacilaciones invernales, mi desconfianza, mi arte de darme de cuenta de las verdades cuando de los leños no quedan ni las cenizas.